Primero de todo empecemos diciendo que mi amor y mi respeto por el personaje de John Rambo son más grandes que un helicóptero de combate ruso MIL MI-24. Me da igual que se me tilde de machista, chabacano o retrógrado, no creo que haya ningún niño (y alguna niña, seguro) grande de mi generación o alrededores que no haya cogido un palo gordo (o la ametralladora de juguete, si tus padres tenían pasta) y jugado a masacrar cientos de chinos (sí, para nosotros eran chinos, perdón por matar ficticiamente sin darles identidad), que no haya crecido con él y otros héroes de acción.
Uno de mis recuerdos infantiles cinéfilos más vívidos es ir con mis padres, los tres mano a mano, al cine Serrano en pleno centro de Valencia a ver Rambo: Acorralado parte II. Creo que es uno de los momentos definitorios del cinéfago que hay en mí. Siempre me mantendré firme en la idea de que no se le ha dado nunca suficiente reconocimiento al discurso final de Acorralado. Y luego la saga nos ha ido dejando momentos memorables (cada vez menos, eso es cierto), hasta la imagen final de Rambo IV (que no espoilearé aquí por si alguien no la ha visto), preciosa y totalmente definitoria para cerrar el círculo... Salvo que no lo cierra.
Y ahí está la pega, que si hubieran dejado a John en esa última escena, todo tendría su sentido... Pero “Jolibú” quiere su diezmo, y nadie se libra, ni siquiera Rambo. Así que vamos a estirar más la gomita hasta casi romperla... Y por favor, que no se la jueguen más.
Sí, seguimos con la tradición. Si algo tiene la saga Rambo es que siempre ha sabido traer malos muy malos, muy fácilmente identificables, para que no tengas problema en alegrarte cuando los acribillan/acuchillan/hacen explotar. De hecho, es algo que se ha ido intensificando película a película, hasta que en esta última no puedes por menos que despreciar a los personajes de Sergio Peris-Mencheta y Óscar Jaenada (o, a lo mejor, es porque son ellos, no lo tengo muy claro). Y esto de que los malos sean cada vez más malos hace que la manera de acabar con ellos sea cada vez más cruda y explícita (supongo que el hecho de que las técnicas avancen tendrá también algo que ver), rozando incluso el gore en la película que nos ocupa. John también ha ido evolucionando, dejando claro (casi siendo pesado, diría yo, de repetirlo tanto) que no ha podido dejar atrás la guerra nunca, por mucho que se haya esforzado; aceptando el animal que siempre ha llevado dentro y usándolo para “acabar con los que se lo merecen, como se merecen”. El Castigador estaría echando una lagrimita.
Pero es un concepto que ya poco más puede dar de sí. Por entretenido que sea, que lo es, ni siquiera debería haber dado esta película, porque para mí esto ya no es Rambo. Rambo es jungla, ejércitos, helicópteros, ametralladoras, desierto si quieres... Pero no esto. No le quites el pan a Frank Castle u otros justicieros, porque esa es la sensación que me deja esta película, que estamos convirtiendo a John Rambo en un justiciero más. Y no me gusta la idea.
¡Nos vemos cuando se apaguen las luces, Piticlers!