ROMMEL ESCAPE ROOM
¡Buen camino, Piticlers!
Aquí volvemos a encontrarnos, en el Sendero de largo Recorrido de las reseñas escapistas, para hablaros de nuestra segunda visita a Rommel Escape Room tanto o más agradable que la primera y de cómo conseguimos (más justos que la piel del culo) desentrañar su Misterio en el Sótano, un juego que nos mantuvo más alerta que la tos del vecino de mesa. Así que sujetad bien los bastones, ceñíos la mochila y tened preparada la linterna, que vamos con nuestros montañeros parámetros.
TRATO:
Al orientarnos con la brújula, seguimos los 4 PUNTICLIS.
No sabemos si es por ser ya nuestra segunda visita, pero nos sentimos incluso más en casa que la primera vez; Gustavo es un anfitrión de los buenos, buenos: charla muy amena, desgranando los cómos y porqués del juego, tomando en consideración lo que le decimos... Como cuando llegas al refugio de montaña y te están esperando con un caldito caliente.
AMBIENTACIÓN:
Vemos la cabaña a unos 4 PUNTICLIS de distancia.
Aquí sí que podemos decir que en esta ocasión han subido su propio listón un punto más, creando una atmósfera (nunca mejor dicho) ideal para entrar en situación desde el minuto cero. Nada mejor que entrar ya al juego con ese “uyuyuyuyuyuyuyuy” que te cosquillea por todo tu cuerpo rumbero.
ATREZZO/DECORADO:
La puerta se cierra y, por mucho que gritamos 4 PUNTICLIS, no recibimos respuesta.
Todo muy en consonancia con lo que promete (por mucho que sea un tipo de localización recurrente en este tipo de juegos), hasta con las “sorpresas” que te llevas según vas descubriendo. Te mantiene en la sensación de estar viviendo lo que estás viviendo. Si no se lleva aquí la máxima puntuación es porque pensamos, en nuestra opinión, que hay ciertos detalles que podrían dar el golpe de gracia a todo lo que ves. Y aún así, más solvente que la caja B del PP.
JUGABILIDAD:
No dejamos de mirar atrás mientras los 5 PUNTICLIS se nos echan encima.
Como su hermanita, una sala muy de fijarte, muy de buscar, de no perderte detalle, y con unos puzles totalmente integrados en la historia y que permite el desarrollo como personas (o pajaretes) de todos los jugadores. Nosotros cogimos el modo miedo (nuestro Piticli morado gritaba como una fan de Belén Esteban) y además con todos los enigmas disponibles (que no son pocos), consiguiendo salir in extremis pero más satisfechos que después de comer en el buffet libre.
En definitiva, una sala que hará las delicias tanto de novatos como de expertos y que, nos reiteramos, no entendemos por qué no tiene más repercusión. La tiene más que merecida.
No queríamos despedir esta nuestra review sin antes dedicar y agradecer a Gustavo de Rommel Escape Room (muchas gracias por todo y perdón públicamente por haber llegado tarde a ambas salas, de normal somos más puntuales que el pago de la factura del móvil), a los que nos resistimos a que el verano acabe (no guardéis las chanclas aún), a los que salimos a la montaña sin miedo a la vida y a los que oís una sierra mecánica y pensáis que nada va mal.
¡Hasta la próxima, Piticlers!